Al final del capítulo en el que el Señor Burns busca al oso de su infancia y lo encuentra en las manos de Maggie, Homer le pregunta a Marge si están ante un final feliz o triste. Ella, algo indecisa entonces, le responde que es un final. Y eso ya es más que suficiente.
Cuando te enfrentas a una película de cuya duración se extraen 179 minutos de tu vida (y por lo visto ese es el metraje en su versión reducida), lo más probable es que el final sea lo menos determinante para ti. Si es feliz, triste o satisfactorio, deja de ser relevante. No por los mismos motivos que en ese episodio de Los Simpson, pero igualmente irrelevante. ¿Ha merecido la pena el viaje? Es tan largo que la respuesta no debería depender en demasía de cómo termine.
¿Qué son 179 minutos comparados con los 237 de Exposición de amor, de Sion Sono? A su lado, Shunji Iwai es un maestro de la síntesis. Más de 3 horas sin épica, pero llenas de contemplación y reflexiones sobre la modernidad y, sobre todo, internet. Una nueva perspectiva sobre él, o al menos algo nuevo que añadir a las corrientes de los pensamientos que genera. Sus virtudes y defectos. Lo que da y lo que te quita. Y si encima eres de los que crees que, lo que ocurre en Japón, acabará ocurriendo aquí, más atención deberías de poner.
Como el poema de Julio Cortázar (Instrucciones para dar cuerda a un reloj), es tal la utilidad como la dependencia. Yo no necesito tener datos en el móvil, por ejemplo, pero si me los das, sabré en qué usarlos, y los usaré. Entonces me preocuparé por ese gasto, por el consumo mensual, diario y por el fin de los mismos. Y me descargaré algunas aplicaciones, y también las usaré, abriendo nuevas realidades cada vez. Hasta descubrir quién es el disfrutado, si los datos (y la operadora), o yo (a través de la operadora).
¿Y qué pasa si la vida, en sí misma, no es gran cosa? Ni te llena ni te ofrece grandes incentivos. Aun así, tienes que cumplir con ella, y su cumplimiento a menudo dependerá de la Sociedad de donde vengas, de su propia cultura. Dentro de ella, cada uno tenemos un sitio, un objetivo, y a menudo ya no estamos preparados (o eso pensamos). Internet, entonces, se convierte en una gran ventaja. Como una casa andante que llevar a cuestas, para lo bueno y lo malo.
A partir de ahí, de ese detalle tan insignificante, en principio, puede aparecer una película tan larga y cambiante como A Bride for Rip Van Winkle, cuyo argumento carece de argumento, más allá del que se lee en cualquier ficha al respecto, porque la gracia es el viaje, una vez más, con ese personaje perdido y algo carente de movilidad mental que interpreta Haru Kuroki. Y merece la pena, porque simpatizas con su desesperación, su tristeza y su alegría, y porque la gritarías, a menudo, para que se espabilara de una vez.
Pero todo tiene que llegar a un fin, a pesar de todo lo dicho, y el final propuesto por Iwai tiene un halo de optimismo que sobresale sobre el resto de la cinta, y que parece premiar al espectador más paciente y calmado, que es capaz de apreciar todo el camino recorrido por esa mujer perdida y dependiente, que parece no aprender, pero que aprende (queremos creer). Lástima que no lo aprenda sola, pero no se puede pedir más, a veces.
(Madrid, 1987) Escritor de vocación, economista de formación, melómano, cinéfilo y amante de la lectura, pero más bien amateur.