Disclaimer: Esta crítica, reseña o como se quiera llamar sobre Under the Skin (la película protagonizada por Scarlett Johansson y dirigida por Jonathan Glazer), tiene mucho más que ver con lo que hace sentir que con lo que uno ve en la propia cinta. En este sentido, también tiene mucho más que ver con lo que ha supuesto esta pandemia y el confinamiento en 2020 (porque coincidió con el año del estreno en España gracias a la distribuidora Avalon) que con lo que un crítico especializado de normal vería.
Uno de mis últimos recuerdos previos al confinamiento de marzo es el de una pareja de aspecto asiático entrando en una estación del metro de Madrid en hora punta. Todavía no llevaba casi nadie mascarilla (de los de aspecto más occidental), pero ya se conocían los primeros datos preocupantes de incidencia de este virus en España. Derivado de esto último, seguramente, muchas de las personas que ya estaban de pie en ese vagón en el que entraron, empezaron a mirarse de soslayo porque, si alguno tuvo en mente alejarse de la escena, el cúmulo de gente alrededor se lo impedía. Y si uno quería comprobar la reacción del resto ante la presencia de dos personas “diferentes” con sus sendas mascarillas, lo tenía fácil, dada la cercanía de los rostros y que una gran parte no llevaba nada que impidiese ver desde los ojos a la boca cada gesto.
Desde ese día hasta hoy, el transporte público, y más en concreto el metro, ha sido lo más cercano a salir de casa junto a pasar 8 horas de jornada laboral en el trabajo. Un espacio, el primero, destinado ahora más que nunca a la contemplación, por encima de otros entretenimientos. Quizá por la necesidad de comprobar cómo reacciona o se comporta el ser humano frente a la nueva normalidad, o tal vez por miedo a que no se cumplan las normas que nos recomiendan como prevención frente al colapso (personal o de la especie).
Sea por el motivo que sea, la realidad es que, al menos en el metro, nada pasa salvo el tiempo y las paradas (con las personas que van entrando y saliendo). Haber regresado a él tras meses de confinamiento y de asomarse a la ventana a ver la nada o a perretes con sus dueños, ha sido como empezar un poco desde cero, como si se descubriera al ser humano por primera vez. Y donde antes era presa del móvil que estaba en su mano, de repente el mismo ser humano estaba preso a la persona que encontraba enfrente o a su lado.
La contemplación de Under the Skin en nuestro día a día
Llegado este punto en el que uno opta por la observación de los demás como algo nuevo, es posible que no llegue nunca a comprender por qué somos como somos, para lo bueno y para lo malo. Qué nos lleva a aniquilarnos sin querer a través de la saliva, cuando ya sabemos que puede pasar. ¿Es que piensan que es lo más inteligente?, ¿o que es lo más valiente?, ¿o sencillamente creen que es algo incómodo y no tiene más? Ante las preguntas y la observación de nuestro comportamiento derivados del deseo, las obligaciones o el placer, mientras muchos se nos mueren sin poder decir adiós, algunos visitantes de este metro viven entre la indignación por ver tanto egoísmo y el dolor al saber que todos formamos parte de este nuevo mundo tan desagradable como el anterior, y por tanto también tan atractivo.
Frente a un año dedicado casi por completo a la contemplación (en transportes públicos o confinados desde casa), una película de 2013 como Under the Skin se estrena en medio de una pandemia 7 años después y me la veo solo en casa durante la madrugada (gracias a Filmin).
Resultado: la sensación de ver lo que necesitaba ver mientras estamos todos un poco en la mierda; volver a sentir esa catarsis que a veces provoca ver un cine que te remueve por dentro y con el tiempo te toca también por fuera sin necesidad de mucho más. Y cuyas lecturas dan para escribir bastante más, pero es que en general el 2020 (o buena parte de nosotros, los humanos) ha sido una mierda que parece que no va a acabar.
Vi, me gustó y califiqué Under the Skin con ★★★★½ el domingo 11 de octubre de 2020.

(Madrid, 1987) Escritor de vocación, economista de formación, melómano, cinéfilo y amante de la lectura, pero más bien amateur.