Hablar de Ingmar Bergman es referirse a uno de los mejores directores de cine de la Historia. Sin embargo, el realizador sueco no es únicamente eso, un director. Guionista, dramaturgo y ser humano atormentado, definene un poco mejor su impronta. Esto último, no en vano, resulta esencial en su trabajo, no tanto para entenderlo, pero sobre todo para comprender mejor cómo esto también formó parte de lo que le convirtió en un autor de culto a lo largo de su carrera.
Desde que muriera en 2007, el culto a su obra no ha disminuido. Al contrario, sigue vigente, así como el número de amantes y detractores del legado que nos ha dejado. Por ello, nosotros nos vamos a posicionar ya al respecto.
En este blog somos muy fans de Ingmar Bergman, tanto de su filmografía como de sus libros, de la atracción que nos genera todo lo que hizo, la catarsis que provoca todavía con su obra y la sinceridad, desde nuestro punto de vista, con que afrontaba siempre sus guiones. También por el ímpetu y la meticulosidad en el trabajo que ofrecía.
En las siguientes líneas, desgranaremos algunos de los grandes momentos del Bergman director y también del Bergman persona, escritor y dramaturgo, incluyendo algunos enlaces de interés para aquellos que tengan ganas de saber más cosas sobre el director sueco.
Filmografía y vida: Entendiendo el cine de Ingmar Bergman como si fuera su amante
Con 70 películas dirigidas y 77 escritas, de acuerdo a IMDB, la filmografía de Ingmar Bergman se podría definir como de autor (que no resumir). El cine de autor, si bien siempre ha existido, pasó a otro plano existencial con él. En concreto, el del existencialismo a muerte. Aunque su carrera comenzó como la de muchos otros, realizando películas escritas por otros, lo cierto es que empezó escribiendo lo que otros dirigieron luego, y no al revés. Prueba de ello es Tortura, de Alf Sjöberg.
Si la película anterior fue estrenada en 1944, no sería hasta 1946 hasta que mostrara sus dotes de director por primera vez, con la película Crisis, que también escribió él. Desde entonces, intercalaría películas más personales con otras escritas por otros y adaptadas por él, a pesar de tener siempre la sensación de que existía una personalidad concreta en todas ellas. ¿De qué tipo de personalidad hablamos? Una llena de ansiedad y angustia, con gotas de Søren Kierkegaard y notas de Johann Sebastian Bach, aunque todavía nada desbordante. Por aquel entonces más centrada en el amor y el desamor.
Porque, como en toda carrera trascendente, siempre existe un punto de inflexión. Para muchos, ese momento exacto sucede con el estreno en Cannes de Sonrisas de una noche de verano (por poco una comedia), pero para nosotros es Un verano con Mónica. Más que nada porque es ese el punto de inflexión en nuestras vidas, cuando todavía emitían ciclos de cine por directores en La2. Mucho antes de descubrir Sonrisas de una noche de verano o filmes mucho más famosos que hizo años después, el primero que cayó en nuestra visión fue ese protagonizado por la mítica Harriet Andersson en 1953.
Bergman y su gran año en el cine: El séptimo sello y Fresas Salvajes
Haciendo uso del nombre de uno de los últimos documentales rodados sobre Ingmar Bergman (Bergman, su gran año), recordamos que tras su gran punto de inflexión unánime, estrenado en 1955, dos años después estrenaría las dos películas que le convertirían definitivamente en el director más influyente del momento. Sí, eran otros tiempos. Pero no por ser diferentes a los actuales, podemos decir que entonces no había gafapastas y pedantes. Los había igual, pero eso no era culpa del director sueco.
Porque hay que tener en cuenta varias cosas sobre Bergman. Todo el mundo lo asocia con la pedantería, con el aburrimiento y con la ausencia de Dios. Sin embargo, la carrera del realizador, así como su vida, tuvo una clara evolución que le llevó a centrar a veces su atención en otras cosas no tan conocidas para los que no le han seguido la pista demasiado.
En 1957, por ejemplo, puede verse por primera vez en los cines Fresas Salvajes y El séptimo sello. La primera, sobre un profesor jubilado que se enfrenta a la vejez y todo lo que significa mientras recapitula sobre su juventud. El segundo sobre un caballero de la Edad Media recién llegado de luchar en las Cruzadas, preparado para echar una partida de ajedrez contra la muerte. En ambas cintas, la muerte está muy presente, pero no del mismo modo. Si bien la segunda habla claramente sobre la ausencia de Dios y de respuestas sobre qué ocurre al morir, la primera es un estudio muy completo sobre lo que significa envejecer.
El cine de autor, trípticos y primera etapa de esplendor
Derivado del éxito de crítica y público que tuvieron ambas películas, cada nuevo proyecto de Ingmar Bergman pasa a ser algo muy parecido a un acontecimiento. Parecido, que no igual, porque entonces no existía Twitter. Aun así, hay que tener en cuenta que realmente había pasado a ser una figura muy relevante en el mundo del cine. No sólo del cine de autor, donde era uno de los máximos exponentes. Influido por el espíritu de Dreyer, coetáneo de otros grandes del cine europeo como Robert Bresson, influyente para la Nouvelle Vague y muchos otros, también fue un crítico. O hater.
Porque Bergman tenía su propia opinión sobre otros grandes del cine. No le gustaba nada el cine de Orson Welles, no comprendía en absoluto el cine de Godard, tampoco valoraba especialmente a Antonioni. Pero no todo era malo, le encantaba Tarkovsky, de quien envidiaba su manera de representar los sueños, o el cine de Truffaut, por cómo conversaba con la audiencia. Años después, incluso, confirmaría lo que le gustaba ver el cine de Pedro Almodóvar. Al menos eso aseguró en una entrevista con Juan Cruz.
Más allá de gustos personales del famoso realizador, nosotros nos quedamos con su cine. La conocida como trilogía del silencio de Dios, formada por Como en un espejo (1961), Los comulgantes (1963) y El Silencio (1963), es uno de los mayores ejemplos de existencialismo en la gran pantalla, así como una enorme disección sobre la enfermedad mental (y cómo la puede usar un escritor), la ansiedad y el miedo. Como contrapartida, el sambenito se hace ya definitivo: todo el mundo piensa que está obsesionado con la muerte y Dios. Y es cierto, pero es hora de que muchos renieguen de él en el futuro por tipo aburrido.
Esas mujeres (1964), el gran fracaso comercial y crítico de Bergman
Conviene recordar que Ingmar Bergman era un tipo verdaderamente atormentado. Una persona que se abría en canal año tras año, expresando artísticamente sus errores y temores, sobre todo. Así hizo durante toda su carrera, pero no toda su vida estuvo centrada en la muerte, lo que le llevó a otro tipo de preocupaciones en el cine. Lo interesante, en todas las películas de su filmografía, es que, además de la calidad artística, la capacidad narrativa, el guión y otros elementos técnicos, en todas crea una conexión con el espectador. De este modo, el mismo espectador evoluciona junto al director, sobre todo si ha empezado a ver sus filmes a los 18 años y mantiene un ritmo más o menos anual.
Por eso, si un espectador comienza a ver en orden su filmografía, lo más probable es que llegara al final de El silencio agotado, deseando ver algo un poco menos intenso. Ahí entra entonces Esas mujeres, la primera comedia oficial del realizador, aunque no la primera para nosotros, que apreciamos El ojo del diablo (1960) como la primera de verdad. En cualquier caso, ambas cintas surgen tras la intensidad. Esta última tras El rostro, protagonizada por Max Von Sydow, como la mayoría de filmes nombrados en este periodo.
Aunque Bergman es recordado también por su capacidad para entender a las mujeres en el cine, o para hacerlas realistas a través de las actrices, Esas mujeres, con siete actrices protagonistas, fue un traspiés enorme. Renegó de él durante años, y aún al final de su vida mantenía que fue todo un error. Su primera película totalmente en color, según él, no estaba bien hecha, no utilizaba bien el color y no tenía la menor gracia.
Persona (1966), la ansiedad y los cambios de temas
Pero del fracaso del color al blanco y negro y el dolor de siempre. Tras lo ocurrido en el 64, podemos ver el primer gran cambio en el cine de Bergman, al menos desde que es famoso e internacional. El ritmo de trabajo que llevaba, entre cine y teatro, así como el estrés y sus problemas estomacales que arrastraba de por sí, le hicieron llegar a sufrir un cuadro de ansiedad. Ingresado en el hospital por este motivo, comenzó a escribir Persona, que muchos años después también publicaría como libro, demostrando su talento como guionista una vez más, y conociendo durante el rodaje a la actriz Liv Ullmann, con quien un año después tendría una hija.
Como muchos otros artículos en la red lo han hecho, nosotros no nos centraremos demasiado en los idilios del director, ni tampoco en todos los hijos que tuvo, etc. No entraremos a valorar sus actos personales, pero no por no querer. Creemos que él mismo lo hacía como director y guionista, y siempre con bastante honestidad y dureza. Tenemos el ejemplo de Como en un espejo, donde parecemos identificarlo con el padre escritor, aunque en este caso escribiendo sobre su hija y no sobre su esposa (como haría Bergman sobre su primera mujer). O podemos ver Secretos de un matrimonio, por ejemplo, para comprobar muy claramente cómo se comportaba siempre con la mayoría de mujeres que le amaron.
Como él mismo dijo, no sabía cómo, pero ninguna de esas mujeres habló nunca mal de él en público, al contrario que su hermano mayor. En privado, en cambio, sí lo harían, como también lo hicieron sus hijos y él plasmó también en Saraband. En definitiva, la clave de la filmografía de Bergman, tanto en blanco y negro como en color, estaba en la vida del director, en su sinceridad, porque usaba el cine como forma de liberación. Escribía y rodaba, y entonces lo que había escrito y rodado dejaba de pertenecerle. Era su catarsis, y eso fue también Persona, cuyos monólogos y planos representan una de las cimas de su carrera.
El rojo es el color más intenso
Durante los años siguientes, la filmografía de Ingmar Bergman siguió creciendo sin límites, pero ya no sorprendía tanto, aunque sí lo hacía. Entregó una cinta de terror psicológico como La hora del lobo o La vergüenza, pero tuvo que ser con su vuelta al color, en 1972, cuando su popularidad internacional creciera nuevamente. En este caso con la intensa Gritos y susurros, donde de nuevo el centro de la trama está en lo psicológico y en la figura de la mujer en el momento.
En cualquier caso, más allá del éxito que fue (siendo nominada al Oscar a Mejor fotografía, película, director, guión y vestuario), nos gustaría dedicar este apartado al director de fotografía de la mayoría de películas de Bergman: Sven Nykvist. Juntos crearon una asociación que siempre será recordada en la historia del cine por las grandes imágenes que crearon juntos. Tanto en blanco y negro como en color, Nykvist demostró ser uno de los más grandes directores de fotografía en el mundo, colaborando en los años posteriores con otros seguidores de su trabajo, destacando entre ellos a Woody Allen.
Comentamos en el título de este apartado el color rojo, básicamente, porque es el color favorito de Ingmar Bergman. Al menos en sus películas. Al parecer, todo se debe a su infancia, como en la mayoría de su obra, por otra parte. La casa de su abuela, según cuenta él en su autobiografía, estaba repleta de rojo. Del mismo modo que él creía, estando en esa casa, que podía ver espíritus, también quedó marcado por el rojo. Así quedaría demostrado también en Fanny & Alexander, por ejemplo, película con la que parecía despedirse del cine por siempre, aunque no del todo.
La llegada de la televisión y el exilio a Alemania
Con la llegada de la televisión a los hogares suecos, Bergman deja un poco de lado el cine, valorando las enormes posibilidades que le daba el nuevo formato. En esta nueva etapa de su carrera, entrega grandes miniseries como Secretos de un matrimonio en 1973, que también estrenaría en versión reducida para más allá de sus fronteras, siendo una vez más un éxito. Las actuaciones de Erland Josephson y Liv Ullmann, una vez más, acompañadas por la dirección, convierten esta historia sobre un matrimonio que se rompe en un reflejo de las relaciones para muchos, detrás de la perfección que representan para los demás.
Y esto, lo decimos de nuevo, es lo primordial del cine de Ingmar Bergman, más allá incluso de la indiscutible calidad de sus películas. No se trata de lo que puedes reflejarte en sus películas, ni de si te sientes representado. No. Es la capacidad que tiene cualquiera de sus películas, más conocida o menos, de hacerte reflexionar sobre ti mismo. Ya sea con Un verano con Mónica, repasando tu pasado, o como En el umbral de la vida, entendiendo o empatizando más con otros seres humanos, al final estamos siempre juzgando y siendo juzgados. No te tiene que gustar, pero es interesante que te hagan llegar a eso.
En estos años, el director es acusado de evadir impuestos, aunque años después sabríamos que fue su gestor quien lo hizo, se fue a vivir a Alemania Occidental para evitar el escarnio público de su país. Entonces su producción no se redujo, pero sí perdió en seguimiento internacional (según él por su incapacidad para hacerse entender en alemán y viceversa). Sin embargo, en 1978 tiene lugar un hito de la cinematografía sueca, pero en Alemania. El trabajo juntos de dos mitos: Ingrid Bergman e Ingmar Bergman. Hablamos del drama materno-filial Sonata de otoño, donde también participan Liv Ullmann, Gunnar Björnstrand y Erland Josephson.
Los demonios de Ingmar Bergman, la madurez y el Oscar
En cualquier caso, lo importante en la carrera de Ingmar Bergman, además de sus películas individualmente, es comprobar la evolución. De estar centrado en la muerte, pasó a centrarse en las relaciones de pareja y finalmente pasó a hablar sobre su infancia y sus padres. En muchos de estos casos, eso sí, dejó que fueran otros los que rodaran sus guiones, dejando algunos de los mejores en manos de Liv Ullmann (cuyo mérito obviamente es suyo, como demuestran las obras de Bergman que dirigieron otros como su hijo). Dado que salvo Infiel, de Ullmann, el resto de obras dirigidas por otros también fueron libros, hablaremos de ellos más tarde.
La clave en estos diez años que van desde el estreno de Secretos de un matrimonio hasta el estreno de Fanny y Alexander, más allá del Oscar, del exilio y del regreso a su país, es que supuso la retirada del cine a nivel internacional. Aunque siguió rodando y trabajando, ya era para la televisión y sin generar apenas atención en el exterior de su país.
Al parecer, Bergman había encontrado por fin, con 50 años, cierta estabilidad mental, había madurado y encontró el amor del todo en Ingrid (cuyo apellido pasó a ser Bergman, pero no la actriz). Ingrid, por cierto, que es la amante que aparece en Infiel, por otra parte. Además del cansancio que significaba para él rodar y terminar rodajes, abandonando la alegría que era para él hacerlo y vivir intensamente un par de meses junto a cien personas, también influyó la enfermedad de su pareja y posterior muerte, lo que le dejó encerrado en sus aposentos, continuando su lucha contra los demonios a base de rutinas diarias irrompibles.
Y al Teatro como si fuera su mujer
Como el propio Ingmar Bergman decía entender su trabajo, “el teatro es mi mujer y el cine mi amante”. Con ambos era feliz, pero estar trabajando en uno implicaba abandonar al otro. Sin embargo, el teatro, para él, era una verdadera pasión. En él no tenía que representar su trabajo, sino que dedicaba el tiempo a los actores y a las grandes obras de otros, como Henrik Ibsen o August Strindberg, asi como La flauta mágica de Mozart y muchas más. Era tal su amor por el teatro, que durante muchos años fue el director del teatro nacional de Suecia, el Dramaten.
No en vano, aún hoy, Bergman es recordado como uno de los directores teatrales más productivos del mundo. En la producción teatral, nombres como Shakespeare, Molière, o los mencionados Ibsen y Strindberg tuvieron una enorme influencia, no solo por su trabajo en el teatro, sino también por su producción artística en general. La capacidad excepcional del sueco para interpretar y descubrir nuevos aspectos en los dramas históricos y darles vida y relevancia para nuestra época lo convirtió en uno de los grandes directores de teatro.
Para Bergman, el trabajo y su esencia, lo que él consideraba la intención del dramaturgo detrás de la obra, constituía uno de los tres pilares del teatro, junto con los actores y el público. No olvidemos que todo comenzó con el teatro de marionetas, con el que comenzó a experimentar a la edad de 11 años (así como con la linterna mágica), y que desarrolló en un grado muy sofisticado antes de su entrada en el teatro real a finales de la década de 1930. Desde el principio, se inspiró en los mejores compatriotas, como Alf Sjöberg, cuyo Big Klas y Little Klas fue su primera experiencia en el teatro en The Royal Dramatic Theatre en 1930 y Olof Molander, cuya producción de A Dream Play (1935) describió el director como “la base de todas las experiencias teatrales”.
Cuando la música es lo más cercano a Dios que existe (y Dios no existe)
Teniendo en cuenta que Ingmar Bergman dedicó gran parte de su filmografía a retratar la ausencia de Dios entre los hombres, que opinara que la música era lo más parecido a la divinidad explica perfectamente la importancia que le daba. Porque la música es un componente muy importante en su vida y obra. Desempeñó un papel tremendo en sus producciones cinematográficas y teatrales. Las incorporó a sus películas creando una amplia gama de sensaciones, tan solo usando la música clásica de sus compositores favoritos.
Sin embargo, uno de los compositores más importantes para él resultó ser Bach. Su música apareció con frecuencia en las películas y obras teatrales del sueco, sobre todo a partir de la década de 1950, presentando las obras teatrales o cinematográficas en los créditos, o destacando los momentos culminantes más importantes y organizando el conjunto de sus dramas.
En cierto modo, la narrativa de Bergman está estrechamente relacionada con la música de Bach en su estructura, concepción interna y título, destacando entre ellas la última película que rodó: Saraband. Sarabande es la Quinta Suite de Bach para violonchelo en do menor (BWV 1011) y suena cinco veces durante el transcurso de la película. Aparece en varios episodios que dividen cada parte y posee la función de un estribillo (en su estructura) y el símbolo de una imagen (en su significado).
La biografía de Ingmar Bergman a través de sus libros
Para terminar el artículo, no queremos dejar pasar la obra literaria de Ingmar Bergman, centrada principalmente en su infancia y a la que dedicó los últimos años productivos de su carrera, permitiendo que fueran otros los que llevaran dichas obras al cine después.
Entre las autobiografías que no han sido llevadas nunca al cine, tenemos que recomendar Linterna Mágica e Imágenes, el primer libro hablando sobre su vida desde niño hasta el año en que escribe, y el segundo más centrado en su carrera profesional. En ambos casos, descubrimos a un escritor muy ameno, fantasioso a la par que honesto, y con gran capacidad para generar atención leyendo sus narraciones. Tanto es así, que del éxito que tuvo se permitió escribir y publicar otros libros biográficos de un modo mucho más novelesco.
Estos libros son Las mejores intenciones, sobre los inicios de la relación sentimental de sus padres antes de que naciera él (o más bien justo hasta que él naciera), Conversaciones íntimas, una segunda parte sobre la misma pareja, aunque esta vez mucho más concentrada en la madre de Bergman. Por último, también tenemos Niños del domingo, que recuerda un fin de semana del propio director cuando era niño con su padre, figura muy presente en su filmografía, por otra parte. Todas ellas fueron llevadas al cine, como hemos dicho, mientras el sueco decidía salir poco de su isla, donde se quedó a vivir desde que rodó Persona hasta su muerte en 2007, con 89 años.
(Madrid, 1987) Escritor de vocación, economista de formación, melómano, cinéfilo y amante de la lectura, pero más bien amateur.