La filmografía de Ingmar Bergman es amplísima. De acuerdo con Letterboxd, incluyendo cortometrajes, series de TV y películas, Ingmar Bergman habría dirigido 71 obras audiovisuales a lo largo de su vida. Un servidor, de entre todas ellas, solo ha visto 24 a fecha de hoy (un 33% del total). Esto significa que me estaré dejando un montón de títulos por incluir entre mis 15 mejores películas de Ingmar Bergman., si bien el título de este post es un poco pretencioso y en realidad lo correcto sería hablar de mis favoritas hoy o, por ser más correctos, de las que más me gustan en este momento. Sea como sea, espero que esta lista sirva como un nuevo incentivo tanto para ti como para mí para seguir viendo películas del mayor existencialista del cine, superando a realizadores como Carl Dreyer, y de uno de los grandes estudiosos de las relaciones de pareja.
Como verás, sobre todo si ya estás al tanto del cine de Bergman, en líneas generales el listado es un poco obvio. Pero cómo no, si son en su mayoría grandes clásicos del cine. No existe debate sobre la presencia o no de una película en concreto; como mucho de la posición de alguna de las películas en la clasificación general.
Pero vamos, que no estoy haciendo la lista de mejores películas de Ingmar Bergman con la intención de sentar cátedra ni nada. Al contrario: lo hago como un fan del cine del autor sueco, a quien en este blog le hemos prestado atención bastantes veces. Por tanto, con la idea de recomendar y dar a conocer algunas películas menos conocidas de su filmografía, aquí tienes las 15 películas y series de TV de Ingmar Bergman ordenadas de la que más me gusta a la que menos (que también me gusta mucho).
Las 15 mejores películas y series de TV de Ingmar Bergman ordenadas
Por dar un poco de trasfondo a lo que veremos a continuación, la mayoría de las películas elegidas corresponden a un periodo muy concreto de la filmografía de Berman. En concreto, desde 1953 a 1978, con la excepción de Fanny & Alexander (1982) y de Saraband (2003). Esto se debe, en buena medida, no solo a la lógica pérdida de interés que se pudo dar en el momento en que el cine empezó a cambiar de paradigmas. Sin embargo, en el caso de la carrera del director sueco también influyeron otras cosas. En primer lugar, el menor interés por el medio, pasando del cine al formato televisivo primero, de ahí prácticamente al teatro como único lugar de trabajo y finalmente al retiro del cine en 1982, aunque de manera esporádica siguió trabajando en la televisión sin apenas proyección internacional. Por el camino, nos hemos dejado El manantial de la doncella (1960), muy apreciada por los expertos y los cinéfilos de todo el mundo, Fresas salvajes (1957), una mirada muy lúcida a la vejez, o Gritos y susurros (1972), película a la que le debo una revisión porque en su momento no me gustó mucho.
Por otro lado, he decidido dejar fuera las películas que no dirigió, pero de las cuales fue guionista o se basaban en libros que había escrito poco antes. Entre estos, destaca la bilogía sobre la relación de los padres de Ingmar Bergman, Las mejores intenciones (1992), dirigida por Bille August, y Encuentros privados (1996), de Liv Ullmann, así como una película sobre la relación paterno-filial entre él y su padre en Niños del domingo (1992), de Daniel Bergman (hijo del director) y una última película dirigida por Liv Ullmann con el título de Infiel (2000), donde no descarto que se esté contando aquello que no se mostró en Secretos de un matrimonio (1974), cuando Erland Josephson regresa de un viaje que en Infiel tiene lugar en París y que, en la vida real, tuvo lugar entre Bergman e Ingrid, su última pareja y de quien volveremos a hablar en breve.
Persona (1966)
En 1964, Ingmar Bergman sufrió su primer gran varapalo como cineasta de renombre internacional. La película causante, Esas mujeres, fue un intento de comedia que pretendía parodiar el cine de Fellini y donde el director sueco probó por primera vez a rodar en color. Y, aunque la película claramente no funcionó y vista hoy no es en absoluto perfecta, sí que resulta en un soplo de aire fresco en el resto de su filmografía, por ser una anomalía, quizás, pero también por ver lo que es capaz de hacer con el color junto a Sven Nykvist (el director de fotografía de la mayoría de sus películas).
El caso es que, tras el estreno de Esas mujeres, Bergman sufrió un cuadro de ansiedad que le llevó a permanecer en cama mucho más tiempo del que nunca había estado (y eso que hablamos de una persona con cierta tendencia a la debilidad física, según él siempre contaba). En ese descanso nació la idea de Persona, una película que ha sido definida acertadamente por una usuaria de Letterboxd como El club de la lucha para mujeres, dado el extraño ambiente en que imbuye al espectador (o espectadora).
Así, Persona supuso tanto el regreso a la fotografía en blanco y negro como el regreso al éxito internacional. Con una película tan delicada como dura y, sobre todo, catártica en su enigmático argumento (o más bien desarrollo) y sus imágenes entre el sueño y la realidad. No en vano, es la película con interpretaciones más diversas de su filmografía. Sin embargo, para mí esta es una película con dos de los mejores duelos interpretativos de la historia a manos de las actrices Liv Ullmann y Bibi Andersson, que están insuperables mientras Bergman se dedica a dejarnos imágenes llenas de simbología y rupturas de paredes o juegos con el lenguaje cinematográfico no muchas veces visto (o comprendido).
El séptimo sello (1957)
Cómo no, si bien no aparece en la primera posición de la lista de mejores películas de Ingmar Bergman, El séptimo sello es la primera película que aparece si pensamos en el autor sueco. Y quien dice la primera, dice también la película más conocida de Ingmar Bergman. Cómo olvidar ese comienzo en la playa, donde nos encontramos al caballero que ha vuelto de luchar en las Cruzadas, donde vemos por primera vez esa imagen icónica de La Parca, que dirían en Los Sims, también conocido como La Muerte, y quien es un personaje bastante agradable, la verdad.
De ahí en adelante, asistimos a la búsqueda de respuestas por parte de Dios y de La Muerte como forma de afrontar la desaparición de la consciencia humana, de los recuerdos, del ser que supone morir. En este caso, con una visión de ese periodo de la Edad Media muy ajustada a la realidad (según mi profesor de Historia de la economía en la universidad, al menos).
Respecto al trasfondo de El séptimo sello, al parecer Bergman lo trabajó primero con un grupo de teatro infantil (no recuerdo si dando clase en un colegio o qué), así que imagina cómo debió de ser ese momento entre esos niños. Sin embargo, la idea le vino de mucho antes. En primer lugar, asociada a una experiencia cercana a la muerte que vivió el propio Bergman, quien no sintió, vio o recordó nada de ese momento sin vida. En segundo lugar, de la cantidad de representaciones de la muerte jugando al ajedrez con caballeros en muchas iglesias nórdicas, que al sueco le llegaron a obsesionar de niño y también de adulto. Todo esto explicaría esa mezcla de diálogos realistas en un ambiente repleto de alegorías sobre a fe, la religión, la muerte, el amor y la existencia de Dios.
Saraband (2003)
Denominada desde su estreno como el testamento cinematográfico de Ingmar Bergman, Saraband fue, efectivamente, la última película del director. En ella, el sueco regresaba y nos hacía regresar a la historia de dos de los personajes más importantes de su carrera, pues como siempre en su carrera, estos representaban en buena medida algunos aspectos de su vida, personalidad y experiencias vitales, y sobre todo de las negativas, las más dañinas.
Aquí, en Saraband, retoma las vidas de Marianne y de Johan, los personajes que en 1974 ya interpretaron Liv Ullmann y Erland Josephson en Secretos de un matrimonio, una miniserie (estrenada como película internacionalmente) en la que Erland Josephson no solo interpretaba a Johan, sino también al propio Bergman. Por eso, esta película no solo es un testamento fílmico o una última película, es también un recorrido algo teatral por todas las obsesiones del cineasta en un momento de madurez muy pocas veces visto en el mundo del cine, homenajeando también y en cierto modo a todos los actores que han interpretado a sus alter egos y a todas las actrices que han sufrido en su cine multitud de actos malsanos o egoístas, muchos de ellos seguramente correlacionados con la vida del director. Y como teatral que es en cierto modo, ofrece un tipo de impacto emocional e intensidad que sólo el teatro puede ofrecer.
¿Cómo los homenajea? A través de una historia sobre el amor imperfecto, repleta de diálogos muy duros (como aquel entre Johan y su hijo), y donde parece quedar claro que el hombre, en general y en el contexto actual, es incapaz de amar o de mostrar amor sin egoísmo, mientras la mujer es la única opción de optimismo para conseguir una convivencia mejor entre todos nosotros, supongo que porque así debió ser en su vida. En especial después de la muerte de su mujer, Ingrid, y de quien se habla en la película a través de la nuera fallecida de Johan. Es en su ausencia donde Bergman pone el foco para dar respuesta, también, a una de sus grandes preguntas: ¿existe la vida después de la muerte?
Fanny & Alexander (1982)
Como ya ha quedado claro, en las películas de Ingmar Bergman hay mucho de autobiografía. De hecho, ya no solo a nivel de vivencias reflejadas en su cine, sino incluso en el uso recurrente de los mismos nombres en los personajes de sus películas, quedando claro con el tiempo que estos tenían un gran significado en el espíritu de los personajes, su presencia en el entorno de la película y demás. Sin embargo, antes de Fanny & Alexander, lo cierto es que sabíamos muy poco de la infancia de Bergman, más allá de la figura de su madre o de su padre algo lejana y quizás por una visión retrospectiva de su obra.
Personalmente, pienso que Fanny & Alexander es, a pesar de una narración inicialmente luminosa y posteriormente tenebrosa o al menos inquietatnte, la película más accesible de Ingmar Bergman. Con un uso del color espléndido, la luminosidad de la película no es solo visual, pues Bergman, que realizó esta película pensando en que fuera su testamento cinematográfico de verdad, nos contaba su infancia, de la que destacaba la figura del padrastro (quien en realidad representaba a su padre, pero en algunos sitios Bergman decía que pensaba que no lo era, de ahí imagino que viene esta historia) y de la lucha psicológica (y a veces física) entre él y Alexander, con presencia de otros familiares para dar más peso a la virtud frente a la perversión en ese trasfondo psicológico.
Este peso psicológico puede verse al retratar desde un prisma infantil y con un cierto e inquietante realismo mágico las opresiones familiares y religiosas, que afecta a la evolución de los personajes, de los ambientes (ese cambio entre la casa de la abuela materna a la casa del padrastro donde vive la hermana enferma interpretada por un hombre), pero sobre todo en el personaje que aparece primero en el título de la película, Fanny, hecho que nos hace pensar en que es la gran víctima de toda la lucha psicológica entre padrastro e hijastro, a pesar de no recibir los castigos que llevan al protagonista a sentir constantemente la culpa cristiana en cualquier acto que lleve a cabo. Lo gracioso, en este sentido y hablando tanto de la vida del director, es que el hermano mayor de Ingmar Bergman dijo en una entrevista que en la realidad él era Alexander, el que de verdad se tuvo que enfrentar a su padre, y Bergman y su hermana quienes vieron los toros desde la barrera.
Secretos de un matrimonio (1974)
La serie de TV Secretos de un matrimonio, estrenada internacionalmente en cines con un montaje específico que Bergman llevó a cabo para ver de una sentada, supuso un gran cambio temático en su filmografía. Con esta historia sobre un matrimonio en apariencia perfecto (el formado por Erland Josephson y Liv Ullmann, como ya mencioné hablando de Saraband), Bergman se interesa en las relaciones de pareja y abandona el existencialismo, si bien en el miedo a la soledad y en no saber qué hacer con tu vida sin pareja también hay algo de eso.
Ya sea en su versión cinematográfica o en la versión para televisión, Secretos de un matrimonio muestra cada detalle de esta relación matrimonial en su camino al divorcio. Como ocurriría casi 30 años después, estamos ante una obra muy sencilla, construida enteramente por conversaciones, pero donde Bergman es capaz de captar el dolor de estos dos personajes (y también de los de Bibi Andersson y su marido en el primer episodio), aunque no siempre consigamos comprender las razones que les llevan a hacer algunas cosas que hacen.
Sonata de otoño (1978)
Si has crecido en una familia disfuncional donde alguno de sus miembros tiene tendencia a la manipulación psicológica o discute con una suficiencia tal que siempre estarás elevando demasiado la voz y por tanto perdiendo la razón, has sentido el silencio de otros como una puñalada de culpabilidad en ti o te han hecho luz de gas constantemente de manera que has acabado siendo tú el responsable de los errores de otros, Sonata de otoño es tu película.
Y no tanto porque todos estos puntos aparezcan o formen parte de esta película producida en la Alemania del Oeste (RFA) durante el exilio voluntario de Ingmar Bergman tras ser acusado de impago de Haciendo en su país (o algo así). Más bien porque, en la crudeza de la relación materno-filial, y sobre todo en la escena donde la hija (Liv Ullmann) intenta hablar de todos los temas que le acompañan desde niña con su madre (Ingrid Bergman), seguramente encuentres mucho de tu vida reflejado en los diálogos y en las imágenes, también en los silencios y en la evolución de toda la conversación, que pasa de la recriminación al llanto, los gritos o la violencia y pasa por la calma total o el silencio hasta que empieza a amanecer y nace un nuevo día.
Intuyo que, si has llegado hasta aquí, la sexta película de Bergman en la lista, es posible que te gusten las películas en las que las emociones contenidas son lo más relevante, también porque es una aproximación a las relaciones familiares un poco diferente a la habitual, con diálogos que normalmente no tenemos por miedo a discutir y transmitir sentimientos que tendemos a ocultar para evitar que lleguen a la superficie y que nos puedan juzgar o atacar en el futuro porque ahora conocen las debilidades y te tratan como un contrincante. En cualquier caso, puede que esta reseña hable más de mí que de la película.
El silencio (1963)
Es de sobra conocido que, en sus inicios, una parte del éxito de Bergman en el extranjero tuvo que ver con la facilidad para ver escenas de sexo. Así lo reflejaba Woody Allen en alguno de sus escritos. Una de las más destacadas en este sentido fue El silencio, donde Ingrid Thulin y Gunnel Lindblom interpretaban a dos hermanas mientras el hijo de una de ellas tiene una serie de encuentros enigmáticos que aumentan el creciente aire de aislamiento que existen entre ambas, en especial la que pasa la mayor parte de la película en la cama.
El silencio es reconocida como la película menos buena del tríptico El silencio de Dios, formado por Como en un espejo, Los comulgantes y El silencio. Con esto claro, es obvio que esta película habla sobre el silencio de Dios en un contexto de tabús, posguerra y, más en concreto respecto a las dos películas anteriores, sobre el hecho de que Dios está detrás de la barrera del idioma. Dios es una madre enfadada. Dios es una nación al borde de la guerra. Dios no responde las oraciones de los moribundos de ninguna manera que entendamos. Él existe en el silencio, que es lo mismo que decir que no existe. Y, a pesar de su inexistencia, Dios impregna El silencio, al igual que la atmósfera que evoca es asfixiante. La falta de comunicación es el silencio de Dios, porque nos niega el amor y la comprensión. El infierno es la ausencia de Dios; la ausencia de Dios es la falta de conexión entre personas.
Cara a cara al desnudo (1976)
Aunque la filmografía de Bergman está salpicada por toques de terror psicológico, en Cara a cara al desnudo me parece que es donde mejor funciona, a pesar de que la opinión general indica que es en La hora del lobo. Para mí, es la película más aterradora de Bergman, y también una de las más devastadoras, si bien aquí la competencia es muy grande. De nuevo con una gran interpretación de Liv Ullmann como la psiquiatra Jenny Isaksson, el director y guionista sueco volvía a utilizar los sueños como un medio de comprensión de la dolorosa falta de armonía interior de una persona con respecto al exterior. Y es que parece que para Bergman la inmersión en el inconsciente (y no subconsciente, maldito Freud, porque eso no existe) arranca las capas externas de obsesiones y vivencias, dejando salir el sufrimiento y el dolor nunca soportado ni afrontado.
En el umbral de la vida (1958)
No por esperado, es menos digno de mención: En el umbral de la vida y la película anterior no están entre las más conocidas del director. Escrita junto a Ulla Isaksson, un joven Bergman es capaz de contar de un modo coral una serie de historias profundas y complejas sin que perdamos el interés en ningún momento. Una vez más, una historia que pone mucho énfasis en historias femeninas y tramas “controvertidas” como el parto, el aborto o la independencia femenina.
Un verano con Mónica (1953)
En 2011, después de descubrir al cantante Rodriguez, hice un vídeo mezclando la canción Crucify Your Mind con imágenes de Un verano con Mónica. La letra, que no necesariamente se está refiriendo a una mujer, me hizo recordar muy pronto lo que sentí cuando vi esta película basada en el libro de Per Anders Fogelström. Estamos ante los inicios de la carrera de Ingmar Bergman y, para mí, ante la primera gran película del autor, contando un amor de verano desde una visión diferente a la habitual entonces, con especial presencia de una de las primeras musas del cine de Bergman, Harriet Andersson, quien interpreta a Mónica como la encarnación lujuriosa y desinhibida de la propia identidad del director durante la relación que mantiene con el personaje masculino, Harry, un joven que resulta ser el contrapunto perfecto a la pasión salvaje y libre de Mónica.
Sin embargo, más allá de la historia de amor, en realidad Un verano con Mónica es una mirada conmovedora a esa época de nuestras vidas en la que maduramos mucho más rápido sexualmente que emocionalmente, con una importancia poco frecuente en el cine de Ingmar Bergman por hablar del papel que juega la clase social de los dos protagonistas, quizás porque la mayor crítica que se le puede hacer al director, aparte de las obvias sobre el ritmo de su cine o la maldad de alguno de sus personajes, es el punto de vista burgués de todas ellas, algo que ha afectado a buena parte del cine actual de Europa, por otra parte.
Como en un espejo (1961)
Cuando descubrí la figura de Ingmar Bergman conscientemente, a través de un monográfico de su filmografía que emitieron en televisión en un verano, todo lo que encontraba sobre él en internet (hablamos del año 2005) hacía referencia a lo del silencio de Dios. Sin embargo, lo que más recuerdo de Como en un espejo es el momento en el que se descubre que el padre de la protagonista (de nuevo Harriet Andersson, entre la locura y la búsqueda de Dios como una araña) utiliza la enfermedad de esta como inspiración para escribir. Sin entrar en el resto de la película, recordar que, una vez más, esta situación nace de una experiencia real de Bergman, quien utilizó la enfermedad de su mujer entonces (diría que la pianista llamada Käbi Laretei, aunque podría ser otra, visto el historia del director) para encontrar la inspiración.
Dicho esto, me gustaría citar a otro usuario de Letterboxd para resumir Como en un espejo, dejando claro que Bergman se relaja un poco con este y se ciñe a temas más tranquilos como el suicidio, el incesto, las enfermedades mentales y el odio. Una vez más, temas frescos y muy veraniegos para todos los públicos.
Los comulgantes (1963)
Para cerrar la trología sobre el silencio de Dios, llegamos a la segunda parte. Perdón por el galimatías, pero después de escribir tanto empiezo a estar cansado y algo espeso. No como Los comulgantes, donde Bergman parece estar incluso más desesperado que en El séptimo sello a la hora de enfrentarse a la ausencia de Dios, preguntándose no sólo si Dios existe, también por qué nos ha abandonado de tal manera después de tantos años de experiencias compartidas. ¿Quizás porque es el único consuelo frente a la muerte para muchos de nosotros?, ¿acaso seguimos creyendo en él para mantener el consuelo de no afrontar una oscuridad infinita que más tarde o más temprano llegará?
El rostro (1958)
Cuando un artista conoce el éxito, sobre todo si es rotundo y lo define como autor, puede ocurrir que tienda a repetirse un poco. No digo que Ingmar Bergman lo hiciera en El rostro, película posterior a El séptimo sello y Fresas salvajes, pero está claro que, cambiando a la muerte y el caballero por el mago y otras alegorías en forma de personajes, el actor Max von Sydow volvía a encarnar la desesperación frente a la certeza de la muerte. No es exactamente igual que El séptimo sello, principalmente porque en El rostro no sólo estamos ante el aprovechamiento de un interés exterior por su cine, también a una respuesta del director contra ciertas opiniones sobre él, de la que sobresale la furia de Ingmar Bergman contra la personalidad de gélido perfeccionista escandinavo que se le impone en el escenario del cine mundial.
La película muestra a un grupo itinerante de artistas, espiritistas y charlatanes en la Europa del siglo XIX. Max von Sydow lidera la camarilla como un místico mudo llamado Albert Emanuel Vogler un apellido que, como ya adelantamos sobre todo su cine en general, aquí resulta imprescindible. Porque Bergman se encarna a sí mismo través de Vogler. Incapaz de hablar, Vogler debe aceptar las presuposiciones que le impone el mundo. Como en Persona, pero en este caso como respuesta a nuestra incapacidad de encontrarle sentido a la vida, incapaces de llegar a una conclusión significativa sobre la ausencia de significado. Como en Persona, una vez más, pero años antes, volvemos a la máscara como solución vital.
La hora del lobo (1968)
Entendida como la película de terror de Bergman, La hora del lobo no siempre es recordada entre las mejores películas del director, puede que por ser, si observamos toda la filmografía, una rareza en todos los sentidos, desde la narración a las imágenes utilizadas o incluso el tema, aunque no deja de ser uno cercano al habitual.
La hora del lobo, según Ingmar Bergman, es el periodo de la madrugada en que más personas mueren en el mundo, entre las 03:00 o 04:00, cuando suelen bajar más las temperaturas en invierno, o cuando las temperaturas corporales suelen ser más extremas debido a la profundidad del sueño.
Para algunos críticos, La hora del lobo ha influido en el cine de grandes maestros del terror desde David Lynch o James Wan, sin importar el tiempo que ha pasado desde el estreno en cines. Su última media hora es alucinante y enfermiza, y está considerado cine de terror de autor, como no podía ser de otra manera.
Sonrisas de una noche de verano (1955)
Acabamos nuestro repaso por las mejores películas de Bergman con la consagración de su carrera. Sonrisas de una noche de verano ganó en el Festival de Cannes de 1955 el premio a Mejor humor poético de la Sección Oficial de Largometrajes. Un premio raro o poco visto hoy en día, pero que le sirvió para dar el salto definitivo al mercado mundial, y encima con una comedia romántica, demostrando que era una persona capaz de hacer ficción con algo de sentido del humor y que además funcionara.
Para que luego digan que hacer humor no es difícil, que hasta uno de los más grandes lo intentó dos veces y, tras el fracaso del segundo intento, decidió no hacerlo más, quizás por ese pensamiento que Bergman tenía sobre la ironía, ya que consideraba que al público no le gustaba, porque le hace creer que le estás tratando con superioridad, mostrándote a ti mismo, autor, como alguien más inteligente que él (entendido él como ese ente que denominamos público, como si no estuviese formado por millones de personas diferentes).
Sonrisas de una noche de verano es, una vez más, una rareza en la filmografía de Bergman, una obra basada en un musical de Stephen Sondheim titulado A Little Night Music y cuyo mensaje viene a decir que no hay dignidad en el amor, por lo que no hay dignidad en la vida. Todos somos unos tontos… sonriendo bajo la luna de verano. Así pues, creo que ha quedado un final ligeramente optimista para animarte a seguir viviendo y empezar (o seguir) con Ingmar Bergman.
(Madrid, 1987) Escritor de vocación, economista de formación, melómano, cinéfilo y amante de la lectura, pero más bien amateur.