En el vasto y evocador universo cinematográfico de Hirokazu Kore-eda, las historias se despliegan como delicados tapices, tejiendo los hilos de la experiencia humana para adentrarse en la complejidad de las percepciones y las realidades subjetivas. En el caso de Monstruo, Kore-eda va un paso más allá, quizás porque ha colaborado con otro guionista distinto a su habitual. Por eso, quizas, su mirada siempre distinguible, evoluciona y entra en nuevas temáticas que no tocan únicamente la familia, pero siguen siendo muy sociales. En este caso, además, hace uso del Efecto Rashomon para distanciarse de la película de Kurosawa –donde cada personaje, cuando vuelve a repasar la historia, en realidad termina siendo un personaje diferente dentro de la película– y centrarse en el monstruo que hay detrás del título y que aparece en diferentes lugares en función de cada percepción o perspectiva de la misma historia.
Como puntos ciegos de la vida cotidiana que tan a menudo ha presentado en su filmografía, el director japonés muestra un microcosmos del Japón moderno en el que parecemos villanos en las historias de otros, planteando conflictos como el acoso escolar o el maltrato infantil con una sencillez que a veces es mágica y otras tan tierna como triste, gracias a lo entrañable de sus dos protagonistas, consiguiendo que abandones la sala de cine en silencio, entre sentimientos que han sido dados la vuelta respecto al inicio y con cambios visibles que permiten que las impresiones sobre cada personaje evolucionen en un drama sutil, empático y profundo.
Aviso de spoiler sobre el final
Cuando se acabó la última escena, me quedé sentado en la butaca un rato pensando en todo lo que había visto, también aprovechando el piano de Ryuichi Sakamoto en los créditos para reflexionar sobre todo lo visto, hubo un punto al que no quise llegar, pero era imprescindible. ¿Los niños sobrevivieron? Personalmente, me gustaría pensar que sí, claro, pero en mis adentros todo dice que murieron. Pero vaya, hayan escapado o no, lo cierto es que no importa, porque la mirada final es que están y son libres. Libres de expectativas, discriminaciones, abusos y monstruos.
(Madrid, 1987) Escritor de vocación, economista de formación, melómano, cinéfilo y amante de la lectura, pero más bien amateur.