Aprovechando algunas semanas del verano y las vacaciones, me ha dado por volver a ver algunas de las películas de las que mejor recuerdo guardo después de muchos años desde que las vi. Una de ellas, Persona, la película de Ingmar Bergman protagonizada por Liv Ullmann y Bibi Andersson, la vi, según FilmAffinity, en 2006, con 19 años y en una calidad de imagen bastante mala y oscura, si no recuerdo mal. No descarto incluso que fuera una copia en VHS (descargada del eMule), así que aunque solo sea por la calidad HD de la versión en Prime Video (también disponible en Filmin) ya ha valido la pena volver a ver Persona en una calidad que le haga más justicia.
De mi recuerdo, lo que puedo decir es que me dejó roto. Mi temor era, ahora que tengo 36 años, que esa sensación tuviera más que ver con esa edad y con el espíritu que te envuelve en la universidad que con una forma de contar que de verdad te destruyera. ¡Y vaya si te destruye! Aunque de una forma tan delicada e íntima que da gusto estar en una obra al mismo tiempo tan perturbadora. También quizás porque con el tiempo soy un poco más aquella persona que era entonces, cuando estuve durante varios días pensando en la distancia que hay entre el ser y el parecer. Cuando me preguntaba cuánta parte de mí era Elisabet, o ese yo interior que lo cuestiona todo desde su manera de afrontar su realidad y entorno, el que existe cuando toca repensar en lo que has hecho y dicho, y qué parte de mí era Alma, esa apariencia exterior que muestra las reacciones que la sociedad quiere de ella.
No creo que haga falta hablar sobre el argumento de Persona, pero si has llegado aquí sin conocer esta película, contarte que el argumento en sí no tiene mucho más: Elisabet, una actriz exitosa, es incapaz de hablar en el último acto de la obra de teatro Elektra, por lo que, tras varios días sin hablar, es ingresada en un hospital para ser estudiada. Cuando la doctora ve que no tiene ninguna enfermedad, la invita junto a la enfermera Alma a pasar el tiempo que necesite en su casa de veraneo en Fårö, donde ambas se dedicarán a lo que uno debe dedicarse en sus vacaciones. A partir de ahí, asistimos a todo lo que Bergman era entonces: existencialismo y el silencio de Dios, la soledad, la incomunicación, pero con otros temas menos habituales como el de la maternidad (ya tratado En el umbral de la vida) y las obligaciones a las que muchas veces nos sentimos abocados a pesar de no ser obligatorias, porque forman parte de la normatividad moral de nuestros tiempos.
Las interpretaciones o la explicación de Persona, la película más enigmática de Ingmar Bergman
A pesar de que, en términos de enigma, en la filmografía de Ingmar Bergman también hay un lugar especial para Fanny & Alexander, en ese caso lo enigmático viene más por el lado de la forma de contar algunos entresijos, con el uso de los sueños, los fantasmas y también los traumas y los miedos. Sin embargo, en el caso de Persona uno acaba de ver esta película y le quedan muchas preguntas en el aire. Muchas preguntas sobre las que se han escrito múltiples respuestas y se han estudiado incluso más al asociar su creación y desarrollo a la enfermedad que sufrió Ingmar Bergman debido al estrés y la ansiedad que le produjo apenas no parar de trabajar (y de estrenar ¡Esas mujeres!, que fue un fracaso total en su carrera). Nada que yo diga aquí es más fiable que lo que se ha escrito ya, pero, si para algo nos sirve el cine y la literatura, también la música, es para hacernos sentir y pensar cosas diferentes a añadir a los debates y conversaciones sore ellos. Y en este sentido, Persona es toda una experiencia, y eso que dura menos de una hora y media.
Si bien lo más extendido es que Persona se basa en la teoría de la persona de Carl Jung, yo prefiero pasar de cualquier cosa relacionada con el psicoanálisis o la psicología analítica (pero a tope con la conductual). Esta interpretación viene en buena medida por el título de la película, ya que Persona refleja la palabra latina que significa “máscara”. De la propia película, sin intentar ir más allá de lo que se nos muestra, podemos entender que estamos ante una mujer que lo tiene todo, pero es infeliz porque todo se le ha impuesto, especialmente la maternidad, asumida porque “le tocaba”, de lo cual se puede pensar que tiene una depresión o similar. Sin embargo, dado el papel que tiene la enfermera, una mujer habladora que confía en los demás y no puede evitar mostrarse alegre y más extrovertida, podemos hablar de la figura que supone ese título, de la máscara. De esas dos caras que se unen para formar una nueva y similar, de cómo esa máscara sirve para afrontar algunas realidades del día a día, mientras la otra parte se cuestiona todo lo que ha hecho la anterior, cuando sentimos una necesidad por ser un poco falsos hasta que nos sentimos seguros en un entorno, a responder lo que no pensamos ni deseamos cuando alguien nos interroga o nos vemos obligados a hacer algo que no queremos o seguimos a otros por evitar las complicaciones del conflicto. Y cómo todo eso en realidad tiene que ver con la ansiedad, con la existencia misma. Con esa distancia que hay entre el ser y parecer en un mundo que no es real y que encima es finito, porque a menudo lo que uno siente sobre lo vivido no tiene ese peso en nadie más, ni se le da tanta importancia. Apenas son situaciones que perviven en el recuerdo, mucho menos en el recuerdo de más de una sola persona.
Pero volviendo a la explicación de Persona, aquí los demonios de Bergman se convierten en los de las dos protagonistas, con esas escenas oníricas en las que se muestran como una sola, o en las que existe la posibilidad de haber hasta un romance, pero donde nada queda explicitado, ni siquiera la posibilidad de que en realidad ambas mujeres son en realidad la misma. Sin embargo, para mí esta es la opción más factible, porque ambos personajes son complementarios, al mismo tiempo totalmente diferentes y con una conducta que se mueve en paralelo, enfrentadas cuando la expresión exterior de una parte es cuestionada por la otra, por su exceso de ingenuidad y su necesidad de expresar todo el tiempo lo que piensa aunque lo haga intentando agradar. De ahí que ambas lo sepan todo sobre la otra y que el marido de una confunda a la otra y mantenga sexo con ella, lo cual, junto con los planos que unifican las caras de las protagonistas, afianza la idea de que son la misma, ya que el hombre no es ciego. En cualquier caso, también existe, dentro de la propia película, una reflexión sobre el cine en sí mismo, como refleja Amanda Luna en su análisis sobre Persona como el cine que interroga su propio rostro.
Persona, uno de los mejores ejemplos de Cine Bartleby (y literatura)
Porque Bergman era un director que usaba el cine, el teatro y la literatura para desahogarse, para soltar sus demonios y que así estos dejaran de formar parte de él, Persona es claramente Cine Barleby o, en su versión literaria (Persona ha sido publicado como libro por la editorial Nórdica), Literatura Bartleby, como lo denominó Vilas-Matas para definir a los escritores que renunciaban a seguir escribiendo, pero que yo asocio directamente a este tipo de historias donde un personaje decide dejar de hacer algo sin que en principio tenga sentido y que tiene que ver aquí con dejar de vivir, en cierto modo, o al menos de vivir de la manera habitual, pero donde además no parece existir un porqué claro, aunque se pueda cuestionar o dar motivos al respecto. Porque no todos estamos preparados para estar con los demás, de aceptar lo que somos o siquiera de saber lo que somos. Ni siquiera sabemos cómo llevar una vida. Por eso la diferencia del ser y el estar obligados a parecer. Como esas personas que deciden casarse a los 30, licenciarse a los 23 o tener hijos al año del matrimonio, solo que yendo 100 pasos más allá. Cuando tú eres consciente de esa diferencia o distancia que hay entre tu obligación de trabajar para vivir y tu necesidad de no tener que trabajar ni tener gente con la que convivir, por ejemplo, o a la que darle una familia, o simplemente de cubrir unas necesidades más allá de las básicas.
De este modo, las historias Bartleby muestran que, en realidad, toda la vida consiste en parecer, no tanto como un ejercicio de falsedad o de una necesidad de fingir, sino más bien como una salida frente a una serie de obligaciones que no significan nada o no tienen por qué significar nada en la vida, pero de las cuales no podemos escapar. La única manera es a través del silencio (como en Persona), del aislamiento (como en Un hombre que duerme) o de una mezcla que se traduce en apatía (como en Bartleby, el escribiente). Y todas esas opciones son imposibles, que le pregunten a los fans de Nietzsche o Zaratustra. Pero bueno, lo importante es que nosotros nunca llegamos tan lejos. Porque es verdad que todos en algún momento hemos pensado en hacer algo similar al protagonista, aunque fuese durante un segundo. Nuestras vidas están marcadas de antemano por ciertos procesos y factores sociales. Pisamos un camino que antes han pisado otros, pero no todo el mundo tiene metas, ¿y para qué sirve un camino si no hay meta? Es entonces cuando descubres esa indiferencia de la que te hablan todas las historias mencionadas, la que te permitiría actuar como el protagonista de cualquiera de ellas, salvo porque a ti te lo impide tu sentido común y la realidad, y la necesidad de dinero, seguramente.
También porque en la vida hay otras cosas que nos hacen felices. En ese desarrollo de una persona que eres tú, que vive en una cuestión de expectativas propias y de cumplir las expectativas de los demás. Yo, que me encuentro mucho más cerca Domenico Cantoni, de esa mirada observadora que no parece saber qué pensar, pero que transmite absolutamente todo lo que se suele sentir en un trabajo y en otros aspectos de la vida, entre la tristeza más blanca y la felicidad más ingenua o inoncente. Entre la ausencia de iniciativa porque carecemos de ambición y de nuestra capacidad de ser sociables e interactuar con otros mientras descubrimos qué queremos ser, qué somos y qué necesidades reales tenemos… Mientras no olvidamos que un día nos vamos a morir y se acabó lo que se daba. Es por eso que tenemos que elgir y que hacer algo, pero no lo que nos diga el capitalismo y su mensaje a favor del individualismo y de convertir cualquier pasión en una manera de monetización. Y este texto es una muestra, porque muy posiblemente no lo va a leer nadie, pero a mí me sirve para no quemarme, como sí se queman en un momento dado los fotogramas de la película en Persona.
(Madrid, 1987) Escritor de vocación, economista de formación, melómano, cinéfilo y amante de la lectura, pero más bien amateur.