Crítica de Rosas salvajes, de Anna Jadowska

Rosas salvajes (Anna Jadowska)

Ser humano conlleva muchas cargas. Demasiadas. Aun así, a veces sorprende comprobar que hay gente que vive como si no las tuviera. Suerte la suya, ajenos a la culpa, a la responsabilidad o a la ética, por ejemplo. No tanto porque sean más felices, que seguramente sí, sino sobre todo por la liberación que implica la falta de pesos, remordimientos o cualquier otra rémora emocional e introspectiva salida de una conciencia que tiende a determinar nuestros caminos, de atrás hacia delante y de delante hacia atrás. Si a todo eso, además, se suma la moral de los demás, su juicio sobre nuestros actos y una existencia vacía o, como poco, insustancial (la nuestra y la de ellos), la carga es doble (o triple, según la presión que se sienta).

Algunas películas, como algunas personas, destacan más por lo que callan o se esfuerzan en no mostrar abiertamente que por lo que sí dicen. Puede que en ese espacio también se encuentre Rosas salvajes (Dzikie róze), la última película de la polaca Anna Jadowska, quien ha escrito y dirigido una obra reflexiva y, en el contexto de la introducción anterior, muy humana. Una historia sin principio y con un duro final, que se desarrolla lentamente y sin alardes técnicos, pero que nunca pierde el interés, gracias a una narración que esconde en sus imágenes mucho más de lo que parece mostrar. Cine estoico, que no impasible, frente a un cúmulo de escenas aparentemente inconexas, pero que retratan la psicología de tres generaciones de mujeres de una misma familia (y realizado como si fuese algo fácil).

Pero el efecto que Rosas salvajes provoca no sólo se debe a la narración, cocinada a fuego lento. Dado su protagonismo en la pantalla, no podemos olvidarnos del papel que hace la actriz Marta Nieradkiewicz. Que la película se sienta tan cercana es, en buena parte, mérito suyo. Aunque Natalia Bartnik, la actriz que hace de su hija, tampoco se queda atrás. En ambos casos, ya sea por matices o por excesos, respectivamente o no, el nivel de sus actuaciones amplía aún más el significado de algunas imágenes que parecen no tener excesivo sentido, mientras invita al espectador a atar solo los cabos, a implicarse en una trama silenciosa y que por el camino va dejando varias preguntas sin respuesta dada.

Y eso sin hablar de la simbología que se ocultará, tal vez, bajo el propio título, pues ya se sabe que las flores y las plantas están llenas de significados, y quién sabe si lo tendrán también las rosas silvestres. En cualquier caso, de la capacidad de simbolizar o empatizar, supongo, dependerá la atención que cada uno quiera darle, pero no cabe duda de que Rosas salvajes, cuando todo el mundo parece escuchar más a los que gritan que a los que se callan, es un soplo de aire nada fresco (por lo que cuenta), pero siempre equilibrado, nada aleccionador y sobre todo necesario (por lo que cuenta). Al menos hasta que desaparezca toda carga en nuestras vidas, ya sea mental, sentimental o puramente moral… Lo cual es imposible.

Reseña escrita para Cine maldito

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