«Cualquier cosa que se le pueda hacer a una rata se le puede hacer a un ser humano. Y podemos hacer casi cualquier cosa a las ratas. Es duro pensar en esto, pero es la verdad. Esto no cambiará con cubrirnos los ojos. Esto es ciberpunk».
En el año 1971, el escritor polaco Stanisław Lem publicaba una novela corta (menos de 150 páginas) con la que se adelantaba varias décadas a los futuros distópicos planteados en el ciberpunk. Bajo el título Congreso de futurología, e inscrito entre la serie de relatos protagonizados por Ijon Tichy, se esconden decenas de reflexiones vertiginosas, humor y sátira constantes y multitud de momentos de ciencia ficción especulativa que, en algunos casos, nos pueden llegar a parecer demasiado cercanos a la realidad en que vivimos.
Como no podía ser de otra manera, no es una obra perfecta y, en esa cantidad de contenido por página, hay también una barrera de excesos que podrá echar para atrás a algunos lectores (porque además no todo ha envejecido tan bien, empezando por el papel de la mujer y siguiendo por el intento de ridiculizar algunos valores estadounidense, si bien esto último es algo sobre lo que yo estoy a favor, aunque sea un poco burdo). Por lo demás, este corto pero intenso viaje por un universo entre Matrix y los Monty Python funciona a la perfección.
Para empezar, porque el Congreso de futurología que da nombre a la novela y con el que comienza el libro nos muestra un presente que se asemeja bastante al actual, ridículo a la par que inquietante, donde el cambio climático y la búsqueda de soluciones frente al crecimiento de la población y la escasez de recursos parecen un grave problema, pero sobre todo porque Lem nos ayuda a reflexionar sobre el concepto de distopía, el de utopía y lo que implica, a menudo, nuestra realidad inicial para tomar partido en la definición y el juicio de dichas opciones.
Congreso de futurología, de Stanisław Lem: crítica y reflexiones
Congreso de futurología, de Stanisław Lem, es una novela fácil de leer (que no simple) que, entre chiste y chiste, te mete un debate moral o filosófico de aúpa. Puede que, para verlo, resulte esencial que el lector sea amante de la sátira, pues la descripción de algunas escenas del congreso (desde la llegada al hotel donde se organiza hasta el propio estudio sobre el futuro y la previsión estratégica y prospectiva) parecen sacadas de diferentes gags de los Monty Python (como el diálogo del francotirador papal o muchos de los momentos con periodistas y futurólogos que aparecen en las 70 primeras páginas, incluyendo las imágenes de los policías dando con las porras a los manifestantes y luego pidiendo perdón a los agredidos).
De hecho, llegados a este punto de contar ciertos momentos de la trama, cabe avisar al lector que el argumento mostrado en el lomo del libro resume bastante mal de qué va la historia (diría, de hecho, que más bien destripa toda la posible sorpresa que te vas a encontrar), creando unas expectativas que quizás no se cumplen. Es posible que muchos lectores se queden con detalles como los de las ratas que caminan y los de las pastillas de conocimiento, por absurdos, pero lo cierto es que en el planteamiento de un mundo dominado por lo inmediato, el conocimiento y otros logros, Congreso de futurología acierta plenamente al adelantarse a nuestros tiempos. De hecho, en determinados momentos pasa por encima de cosas que ya existen y en 1971 no, como los vientres de alquiler o la posibilidad de tener dos madres con el óvulo de una y siendo la otra la gestante (conocido actualmente como método ROPA en la reproducción asistida).
Y, con todo, lo que más miedo da o más sorprende de todo es el conjunto en total. La sorpresa final, siendo lo suficientemente chocante como para dejar un buen sabor de boca, no es nada en comparación con el global de las reflexiones. Por ejemplo con la idea de las distopías, de la que ya había avanzado algo. Caer en la cuenta de que posiblemente “un hombre de las cavernas también se resistiría a un tranvía” nos lleva a un nivel de reflexión que supera incluso el número de giros y vueltas geniales respecto a lo qué es la realidad en nuestras vidas, a dónde nos lleva la tecnología y demás temas tratados en otros libros similares. Porque el escritor no solo imagina un futuro distópico; nos dice que, si nosotros viajásemos al pasado, seguramente también lo pensaríamos, así como al futuro. Todo esto sin olvidarse de tocar algo de psicología, el humor sarcástico, el conflicto distópico y también un poco de política. En resumen, un libro divertido, que hace pensar y que además es corto.
«Averroes, Kant, Sócrates, Newton, Voltaire, ¿alguno de ellos podría haber creído posible que en el siglo XX el azote de las ciudades, el envenenador de los pulmones, el asesino en masa e ídolo de millones sería un recipiente de metal sobre ruedas, y que la gente realmente preferiría ser aplastada hasta la muerte dentro durante los frenéticos éxodos de fin de semana en lugar de quedarse, sana y salva, en casa?».
El congreso, la película de Ari Folman basada en el libro de Stanisław Lem
En el año 2013, el realizador israelí Ari Folman estrenó la película El congreso, cuya historia se basaba (con bastante libertad) en la obra literaria de Stanisław Lem. En este caso, la cinta se olvidaba del protagonista y de su realidad para centrarse en el dilema de un futuro dominado por la inteligencia artificial y el uso de la tecnología para recrear a antiguas estrellas del cine para todo tipo de entretenimiento. En ese desarrollo, la película también tomaba algunas ideas del libro como todas aquellas derivadas de la psiquímica y, siguiendo una línea similar a la que ya mostró el director en Vals con Bashir, mezclaba el final del libro con el de aquella película para mostrar el giro final que ya estaba en el libro.
En cualquier caso, aquí, para dar vida a la realidad de ese futuro planteado por el escritor polaco, aquí Folman toma como medio la animación, convirtiendo a la actriz Robin Wright en un dibujo animado que descubre un mundo nuevo en el que, a pesar de parecer algo utópico, no es capaz de ser feliz. Así, como en la novela, asistimos a un relato imperfecto que funciona sobre todo como reflexión, si bien en este caso no nos caben tantas como en la versión escrita. Sin embargo, una cosa que el libro no ofrece y que en la película ayuda bastante a mejorar la experiencia es la banda sonora, compuesta por el aquí siempre valorado Max Richter, quien ya había colaborado con Ari Folman en su proyecto mencionado anteriormente.
En definitiva, aquí quedan dos obras con muchas semejanzas pero con las suficientes diferencias como para que puedas disfrutar ambas sin que una pise a la otra. Si no recuerdo mal, porque diría que la vi en el cine cuando se estrenó, y que así la tengo en formato físico, la película no fue doblada al castellano, pero sí subtitulada, manteniendo ese toque de realidad que es necesario en la película, ya que la mayor parte de los personajes que aparecen en los tramos de imagen real se representan a ellos mismos.
Leí y califiqué Congreso de futurología con ★★★★ el 24 de mayo de 2014.
(Madrid, 1987) Escritor de vocación, economista de formación, melómano, cinéfilo y amante de la lectura, pero más bien amateur.