Rafael Berrio y la alegría de vivir

Con dos álbumes en solitario a sus espaldas –1971 (2010) y Diarios (2013)-, Rafael Berrio es uno de esos extraños cantautores cuya personalidad y mente son capaces de crear universos propios en los que poder recrearnos durante tan sólo 4 minutos de nuestra vida, y de los que con ello se crean tantos seguidores como detractores.

Rafael Berrio es algo así como un artista de otra época, de cuando la música en francés triunfaba en todo el mundo. La temática de sus letras, incluso el uso de las palabras, forman parte de ambientes más cercanos al mundo de Jacques Brel o Charles Aznavour (artistas insuperables), por ejemplo, que de cantautores actuales como Nacho Vegas o José Ignacio Lapido. Temas como Las mujeres de este mundo, Como Cortés o Simulacro, de su primer álbum, son buenos ejemplos de esto que digo, así como En las lindes del fin, Insomne o La alegría de vivir, de su último disco.

Como única nota negativa diría que, en mi caso -que con la música en español mis oídos tienden a ser más prejuiciosos que con la música en otros idiomas-, la primera escucha (hace casi 4 años) fue un poco difícil, ya que esa afectación tan típica de los años 60-70, muy habitual en la discografía de Camilo Sesto, por ejemplo, así como en la música europea ya no se da apenas hoy en día y uno no está acostumbrado.

Ahora puedo decir que fue todo un acierto haberle dado una segunda oportunidad. Sus dos álbumes bien podrían formar uno solo, ya que son sonoramente casi idénticos. Se nota la predilección por las melodías elegantes, el uso del piano y el violín. Todas las canciones merecen atención, ya que esconden introspectivas letras que parecen haber sido escritas (para ser escuchadas) en la soledad de la noche, con un cigarro en la mano y un millar de recuerdos en la memoria. Y es extraño que a lo largo de estos años no haya gozado de mayor repercusión a nivel de público.