Si ya estábamos al tanto del arte de los japoneses para hacer animes o mangas centrados en conceptos aparentemente intrascendentes hasta convertirlos en enormes desafios (y enormes sueños) de sus protagonistas, ahora descubro que los coreanos con Swing Kids también tienen lo suyo. Y hay que ver lo bien que se les da elevar los sueños hacia la mayor de las épicas.
Por poner un poco de contexto antes de entrar en la trama de Swing Kids, quiero dejar claro a lo que me refiero en el párrafo anterior. Ser el mejor en algo no deja de ser (o parecer) un hábito en el Extremo Oriente del planeta (al menos desde nuestro mapa), incluso en la realidad, donde a cada poco podemos encontrar a un niño nuevo en YouTube tocando la guitarra mejor que Eric Johnson o la batería que ni Lars Ulrich. Mangas como Amasando Ja-pan, donde un chico sueña con hacer el mejor pan de Japón (y único), pasando por Campeones (o Captain Tsubasa), sobre el siempre prometedor Oliver Atom, o incluso Bakuman a su manera, entre muchos otros mangas más, dejan bastante claro el empeño, la determinación y la ambición (o voluntad) que ponen muchos asiáticos para cumplir sus sueños desde el momento en que crece en ellos el placer de practicarlos.
Tras este preámbulo un tanto divagador, hablemos de Swing Kids. Un drama sobre la Guerra de Corea (1950 y 1953) que narra las danzantes peripecias de un grupo de prisioneros de guerra en un campo estadounidense mientras intentan aprender a bailar claqué a ritmo de Swing. Con un compás endemoniado, administrado por un montaje muy (de) musical, podríamos diferenciar la película en tres actos un poco desequilibrados y bastante separados entre sí por tono y narración.
¿Es Swing Kid un musical, comedia o puro drama oculto en bailes?
Película basada en la comedia musical Rho Ki-Soo (que no sé si a su vez basará algo de su argumento en Rebeldes del Swing, ya que ambas comparten varias canciones de los años 30 en la banda sonora, como el clásico Sing, Sing, Sing (With a Swing)), en el inicio, cuando conocemos a los protagonistas y sus distintas motivaciones para lanzarse al baile, Swing Kids parece un musical (sin serlo en absoluto) y una comedia más cercana a Grease que a La gran evasión (por poner de ejemplo otra peli de fliparse). El personaje principal, Ro Gi-Soo (Do Kyung-soo), un soldado de Corea del Norte, demuestra tener un inmenso talento para el claqué (y seguramente para cualquier otro tipo de baile), además de una vocación oculta en su interior y que florece al conocer al sargento Jackson, quien tiene la misión de seleccionar entre los prisioneros a un grupo de bailarines para mover los pies a tope, uniéndose a la banda un coreano traidor (con la bandera del sur de fondo), un chino y una coreana que maneja el inglés perfectamente.
Repleta de anacronismos intencionados y, aunque no estoy tan seguro de saber si intencionada o no, de una ligereza que convierte el campo de prisioneros en un parque temático para aprender Labores del hogar, de repente parece ser consciente de la misma y su segunda mitad impregna a la cinta de una gravedad que, si bien el director Kang Hyeong-Cheol demuestra manejar con mano firme, te saca un poco de la cinta. Y es que veníamos de escenas de baile imposibles y gags completamente absurdos, cuando de pronto descubrimos que estamos en el centro de una guerra. En cierto modo, parece un recordatorio tanto para todos los protagonistas como para el propio espectador, que se ve abocado a verlas venir en lo que queda de metraje.
Sobre la tercera parte, poco diré, salvo que te deja el culo un poco torcido, pero bien, a tope, porque yo también quiero ser el mejor, aunque sea sólo como espectador. No, como crítico no aspiro a gran cosa ya, que estoy escribiendo esto en pijama y con la cuarentena aquí, en Madrid. En fin, no cabe duda de que Swing Kids es una película muy vistosa, que intenta recordar que la guerra es mala, aunque esa parte no la hace tan bien como la de bailar. Pero bueno, entendemos el mensaje: El problema de la ideología es que elimina la conciencia, y sin ella, los males de la guerra son totales.
(Madrid, 1987) Escritor de vocación, economista de formación, melómano, cinéfilo y amante de la lectura, pero más bien amateur.